—Empiezo a sentir miedo, debo confesarlo.
—Es inútil asustarse.
—Lo sé, no puedo evitarlo. Me pregunto si habrá vida eterna.
—Por supuesto que la hay, pero no nos tocará de la buena, no si no viene alguien a confesarnos.
—Parece que lo tienes muy seguro. ¿De verdad crees que el arrepentimiento es una forma de entrar al cielo?
—Pues sí, de lo contrario estaríamos condenados.
—Pues ya estamos condenados por la ley del hombre.
—La ley de Dios es más benevolente.
—¿De verdad crees eso?
—¿Acaso tú no lo crees?
—Yo creo que la ley de Dios es más dura que cualquier otra. Si es que acaso existiera ley desde él. Si acaso existiera un Él.
—Ahora entiendo por qué tienes tanto miedo. No tienes fe en Dios.
—¿Tú la tenías cuando hiciste aquello por lo que estás aquí?
—Sí, pero ese no es el punto.
—Pues a mí me parece que sí lo es.
—Cuando hice lo que hice me dominaba el demonio. Yo lo supe, no tenía control de mí mismo. Por más que dijeran que fue premeditado. A veces un hombre simplemente deja de ser dueño de sí mismo.
—A mí me parece que creer que uno es dueño de sí mismo es igual de cuestionable que Dios y su ley.
—Bueno, y a todo esto: ¿Tú por qué estás aquí? Me parece que había una apuesta para adivinarlo.
—No quisiera hablar de eso, menos ahora que estoy por pagar mi pecado.
—¿No admites a Dios y hablas de pecados?
—Sabes a lo que me refiero. Me estás aburriendo, debería hacer algo mejor con el poco tiempo que me queda que perderlo contigo.
—Suerte con eso. Me parece que soy lo mejor que tienes. Además tú empezaste a hablar.
—Es que estoy asustado. Lo que daría por estar un minuto en otro lado, quizá junto a una mujer. Aunque una mujer fue la que me trajo acá.
—Ok... Esto se pone interesante.
—En realidad no es tan interesante. Es más simple y estúpido. Lo que pasó fue simple y estúpido, pero lo que lo motivó creo que es lo mismo de lo que hablabas. A veces uno simplemente no puede gobernarse. Y las mujeres son pasiones andando, o mínimo las despiertan. Es como navegar en aguas impredecibles. Un momento está todo perfecto, llano, se siente la brisa y se escucha la calma de la vida susurrando en tu oído que es justo donde debes estar, que no le puedes pedir nada más a la vida. Pero basta con un gesto o una palabra, para que todo se torne turbulento. Cuando menos lo esperas estás exaltado y tratando de evitar que se hunda el barco, pero no dominas al barco, él sólo te contiene a ti, tan pequeño y débil, ante las pasiones débil. Estás gritando y estás sufriendo, pero también lo disfrutas, eso es lo complejo y me parece que por eso se vuelve a repetir. Porque no hay nada mejor que las olas de las pasiones, dejarse arrastrar un momento, para después luchar por mantener el aire dentro. No siempre se puede, he ahí lo trágico. En una de esas repeticiones quedas enredado y no vuelves, te ahogas en las consecuencias y cuando menos lo esperas, te hallas hablando con un idiota en un calabozo a cinco minutos de salir a morir por mano del hombre y de su ley.
—Vaya que eres un malnacido.
—Lo digo en serio. Y las leyes saben que no gobiernan a nadie, por eso es necesario el castigo, en casos que urge más censurar se emplea la muerte como castigo, pues de quedar impune se podría ver la verdad detrás de todos esos crímenes y pecados. Y ahora tengo tanto miedo que no sé cuál será la mía.
—¿Tu qué?
—Mi verdad.
—Pues me parece que deberían cambiar tu condena y enviarte directo al manicomio. Eres un malnacido y además estás loco. Si cometiste un pecado, simplemente has de pagarlo. A veces uno no tiene el control de sí, pero un hombre siempre sabe lo que hace. Bueno... Quizá en casos como el tuyo sea más complicado eso. Porque de verdad estás chiflado. Ahora entiendo los rumores. Mira, mejor cálmate, ya estás muerto.
—¿ Y cuándo no lo estuvimos?
—Mira, idiota, ocúpate de tus cosas y déjame tranquilo. No quiero escuchar tus chifladuras.
Katrin Rayarram, Mayo 2019
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