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Hablar de amor es hablar de rechazo

Hablar de amor es hablar de rechazo, estás dentro o estás fuera, y quedar por fuera puede ser una de las cosas más dolorosas que experimentamos en nuestra vida. 

Quedar por fuera es la exclusión, el desamor… ¿recuerdas la primera vez que sentiste ese aguijón? 

Yo siento el dolor social en la boca del estómago, un dolor que me dice que estoy fuera, que no pertenezco, que nadie me ama y que no merezco vivir; es más, que si nadie me ama, no deseo vivir. ¿Alguna vez tuviste esa clase de pensamientos? Yo comencé a tenerlos en la infancia, cuando fui testigo de mis propias heridas… y había una parte de mí, desesperada y muy indignada, una parte que deseaba alejarse eternamente de todos, rechazar la vida misma, curiosamente, ante el rechazo que yo viví. 


¿Por qué el rechazo y el amor están tan íntimamente relacionados con el deseo y la capacidad vital humana? 

Imaginemos, de bebés, ¿quién nos cargaría y nos daría pecho, se desvelaría para cambiarnos un pañal y evitar que se rocen nuestras pompitas? Sólo alguien que te ama o que tiene un compromiso con atenderte (a veces de manera obligada, tristemente). 


Por una razón u otra, o quizá incluso por alguna sinrazón, aquellas personas que nos crían no pueden darnos siempre sus afectos constructivos y revitalizantes. Nadie puede dar siempre y exclusivamente amor. Sin embargo, ¿cómo manejaron nuestros criadores, que casi siempre son nuestros padres, sus afectos destructivos? ¿Qué tanto me hicieron partícipe y personaje de sus historias? ¿Qué papeles me tocaban dentro de ellas? 


Oh, madre y padre… sentí mucho más su rechazo que su amor. Crecí sintiendo que nadie me amaba, que nadie me quería, que era indeseable y culpable de cualquier mal que presenciara. Crecí, creí que nada valía… pero cuánto me costó darme cuenta de que eso creía, mi personalidad había alcanzado a recubrir esa profunda sensación de desvalimiento con algunas cuestiones de “carácter”.

Veamos cómo le damos la vuelta al rechazo una vez que hemos vivido esa sensación de desamor en casa. 

Comentaba: los criadores también tienen afectos destructivos que pueden dirigirse hacia las crías y… 1, descargan dichos afectos directamente en la cría; 2, los disimulan y limitan, sin llegar a reconocerlos; o 3, los reconocen y trabajan en sus propias heridas para evitar la transmisión directa e innecesaria del trauma… esta opción es muy valiosa, pero, vamos, sabemos en qué sociedad vivimos y sabemos que esto es altamente improbable: ¿Cuántos de cada tantos cuestionan sus formas de crianza? 


En fin, somos potencia energética, emocional, afectiva… se dirige el afecto negativo hacia el otro cuando lo vemos como un objeto digno de repulsión o de ataque. Si yo tengo ropa negra y el código de todos es usar ropa blanca, entonces, para mantener su código intacto, necesariamente tendrán que rechazarme (otra posibilidad es que me acepten sin importar el código). Sin embargo, muchos códigos son violentos contra la dignidad humana, y así terminamos rechazándonos mutuamente por cualquier pequeña diferencia. 


No siempre nos importa el rechazo, cuando nos importa es porque queremos pertenecer o sentimos no merecer dicho rechazo (es decir, sentimos que ya pertenecemos). Imaginen un hogar en una casa donde todos se sientan a comer, “menos el niño asqueroso que está en su cuarto, al cual no quiero porque me recuerda a su estúpido padre que me abandonó y me golpeaba”... El motivo de rechazo, el tipo de exclusión, el peligro de no ser alimentado en un hogar donde te odian. 


¿Se entiende la profundidad del miedo al rechazo? Siendo humanos, muy pronto nos damos cuenta de que es necesario pertenecer para sobrevivir. No tener esa garantía de amor produce una sensación de muerte, un susurro de soledad, vacía, desierta… 


Y no, no es cierto que porque alguien me dejó en visto voy a dejar de existir… aunque a veces se sienta así, pues el otro no me ha reconocido la existencia, el otro no me ha reconocido como una otra, a la cual mira, escucha y responde. Si alguien a quien yo amo pone una pared entre nosotros, me veo obligada a renunciar a la interacción y a todos los beneficios que de ella sacaría, beneficios emocionales, energéticos y materiales. Si me veo obligada a renunciar, me preguntaré por qué no pude acceder a aquello que deseaba, al amor del prójimo, de mamá o de papá, por ejemplo… y, sabiendo, en la infancia, que ellos son quienes me guían por esta vida, que ellos son los que “nunca” se equivocan, toda la culpa del rechazo recae en mí. Yo tengo algo mal y hay que solucionarlo, así que me dedico a ser perfecta; sello distinguible de las personas más heridas por rechazo. 


¿Qué tengo, qué hice mal? Será así una de las preguntas que más me llenarán de preocupación ante cualquier signo de rechazo. Sin embargo, identificando, hablando de esto, puedo desmitificar aquellas ideas que me llevaron a creer que lo merecía. 





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Relaciones | Palabra Volante

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